Gracias al colibrí por enseñarme a volar
Me siento muy contenta por estar presentando un
disco fruto, de cierta forma, de lo que hace quince años comenzó aquí en
Tepetzintla.
Si en el año 2000 Toñita Vera no hubiera
comenzado esta labor de “rescate, preservación y difusión” de lo nuestro. Digo
rescate porque antes de eso no había aquí ningún trío de músicos huapangueros y
en son huasteco se tenía en una parte de la memoria que se llama olvido. No me
gusta tanto esta palabra pero creo que ahora es pertinente emplearla por esta
razón. Siguiendo con lo que en el tan esperado año 2000 comenzó, si la Comadre
Toñita no hubiera contagiado a Saúl y a Martha, mis padres, a quienes
aprovechando esta ocasión quiero agradecer enormente el apoyo incondicional y
haber sembrado en mí esa semilla que está floreciendo; todo esto no hubiera
podido ser. Es de verdad un momento muy emotivo para mí.
También aprovecho el espacio para agradecer a
otros dos ángeles guardines: a Marcos Salazar por enseñarme un poco de lo mucho
que sabe sobre la tradición musical de la Huasteca y por mostrarme una jaranita
huasteca aquella tarde de marzo del año 2004. A Antonia, a mi Toñita querida,
mi madrina; por ser un pilar fuerte de la memoria de Tepetzintla y por hacer
que se volviera a escuchar una jarana, una huapanguera y un violín en el
pueblo; por hacer que cantaramos las mujeres.
Este trabajo representa para mí un esfuerzo muy
grande, de muchos años, quince de ser público del huapango y diez de ser
ejecutante de él. Esfuerzo que al llegar a Xalapa en 2011, justamente después
de una fiesta del Huapango de la que me fui triste sabiendo que momentaneamente
tenía que separarme del terruño y todo lo que ello conllevaba en ese instante,
tomó otro giro. Hablando de esa fiesta del Huapango, quiero mencionar que si
Eloy no hubiera venido a esa fiesta y no me hubiese invitado a tocar con él, su
madre, Ceci Guinea y nuestro querido Manolo, el encuentro posterior del que
ahora hablaré no hubiera tenido lugar.
Una semana después, en un espacio que los
huastecos habían adoptado como suyo en Xalapa donde tocaba don Víctor, Eloy y
don Cayo, escuché sones de mi huasteca que me hicieron recordar y añorar el
terruño, sones, falsetes y versos que me estrujaron el corazón. Ese momento al
que ahora viajo, no hubiera podido ser si, repito, no hubiera aprendido a
valorar la raíz huasteca; sin no haber aprendido son huasteco, sin no haber
conformado un itacate de huastequeidad que el colibrí me permitió tener.
Para terminar agradezco también a Eloy, Don
Víctor, Román, don Elfego y a todos los amigos huastecos que radican en Xalapan
por abrirme las puertas de su casa y su corazón y por ayudarme a no extrañar
tanto la Huasteca sintiendome cobijada por el calor huasteco.
No puedo más que decir gracias al colibrí por
enseñarme a volar.
Yuyultzin Pérez Apango
25 de julio, 2015
Tepetzintla, Ver.